lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad en Lima del siglo XIX




Nacimiento de la época colonial (siglo XVII)

En el siglo XIX en Lima, la navidad era una verdadera fiesta, muy distinta a la forma como la celebramos ahora.

La Navidad era la celebración central de una serie de actividades que duraban todo el mes de diciembre como lo indicó el escritor José Gálvez.
“Todo el mes de diciembre y parte del mes de enero, eran de fiesta en Lima. El 7 comenzaban las ceremonias en homenaje a la Purísima Concepción. El 13, día de Santa Lucía, se sembraban los “triguitos”, indispensables en todo nacimiento; el 15 comenzaba la novena del aguinaldo, para la que en 1713 concedió indulgencia el Arzobispo Escandón; el 24, 25 y 26 eran festividades propias de la Navidad; el 28 se conmemoraba la Degollación de los Santos Inocentes; el 1 de enero se celebraba la Circuncisión; el 5 se paseaba con gran solemnidad el Estandarte de la ciudad, el 6 era la gran fiesta de Reyes, con paseo de alcaldes y cabalgata a la Pampa de Amancaes.”
Ricardo Palma cuenta que desde la tarde del 24 de diciembre se instalaban en la Plaza Mayor, mesas donde se vendían flores, dulces, conservas, juguetes, pastas y licores. Hacia la medianoche, las multitudes se dirigían a los templos para celebrar la misa de gallo.

La misa de gallo
La misa de gallo era la liturgia más importante de nochebuena, era realizada a la medianoche. Cuando Lima tuvo alumbrado a gas y cuando se instaló el alumbrado eléctrico en 1888, la vida en Lima nunca volvería a ser igual. Para esta misa las iglesias de la ciudad se esmeraban en la decoración de sus altares y fachadas. Las cofradías y beatas organizaban una bonita velada, en la que incluso se llegaron a utilizar decoraciones importadas.
Era famosa la misa de gallo de la iglesia de la Merced en el jirón de la Unión.
Después de la misa la multitud regresaba a la plaza mayor para seguir con la celebración. En los hogares algunas familias celebraban la cena navideña, según su condición social, con cena, bebida y baile.

La cena navideña
La cena navideña era un verdadero festival de sabores. En las plazas de la ciudad se instalaban las mesas ambulantes donde se ofrecían todos lo potajes criollos. El escritor costumbrista Hernán Velarde nos habla de este gran festín de sabores en su “Lima de Antaño”.

Chicharrones, tamales, humitas,
Y fritanga, y cau-cau y escabeche,
Y frejoles con dulce, y turrones,
Y champús ordinario y de “leche”.
Mazamorra morada y de chancho,
Manjarblanco, maní, camotillo,
Picarones, buñuelos, natillas,
Alfajores de Huaura y Trujillo.
Camarones, y huevos, y papas,
Y salchichas de Huacho, y jamones,
Y seviche de conchas y peces,
Y anticuchos, camote y lechones.
Damajuanas, repletas de pisco, grandes platos con cien butifarras,
Y torrentes de chichas diversas,
En porongos y vasos y jarras.

Estos festines se ofrecían en las plazas y plazuelas, en especial, en la plaza mayor, donde se instalaban las mesas. Esta era la fiesta donde se mezclaban limeños de todos los sectores sociales.
Por su parte, los inmigrantes italianos, ingleses y españoles conservaban sus costumbres y preparaban la cena según sus tradiciones.
Durante la época del guano se pasaron navidades muy opulentas. En medio de la Guerra del Pacifico y la Reconstrucción Nacional, las navidades fueron muy tristes. Es a partir de 1895, que la situación del país mejora con el gobierno de Nicolás de Piérola. A partir de este año llegan con fuerza las costumbres europeas: el árbol de navidad, Santa Claus, la cena en casa y la influencia de la gastronomía europea.
En las vitrinas de las tiendas del jirón de la Unión, los almacenes de importadores anunciaban:

“un gran surtido de confites, chocolatitos, frutas abrillantadas, higos secos, turrón, macarrones de Nápoles, queso suizo, parmesano, tortellini de Bologna y un completo surtido de conservas, vinos y licores finos de todas clases, frescos y á precios módicos".

La costumbre de adornar la mesa navideña con dulces y confiterías es europea, esto se ha conservado hasta nuestros días. Sin embargo, algunos de estos manjares dejaron de consumirse, como el famoso “turrón del alba” que aún se prepara en algunos pueblos de España durante la Nochebuena.

Abraham Valdelomar nos ofrece otra descripción literaria de la cena navideña en su “carta pascual”.
“Sobre el blanco mantel había una cena regalada, aunque humilde. Un lechoncito tostado al horno, con almendras y pimentones, holgado en hojas verdes de lechuga, plátanos; racimos de uvas pintadas, ácidas a la vista; una empanada de choclo dorada al fuego como joya de orfebre, y pan calientito. De la cocina llegaba el olor escandaloso de los chicharrones, humeaban los tamales en una fuente entre las marchitas hojas de banano y el ponche de agrás, oliendo a canela y nuez moscada, lucía en una jarra transparente. Además, rosas, claveles, jazmines, aromas y albahaca.”
La investigadora de la gastronomía peruana, Rosario Olivas anota que en estas fechas se consumía “gallinas, jamones y chorizos” y otros potajes vendidos en la plaza mayor.

El panetón
La costumbre de comer panetón es del siglo XX, sin embargo, en el siglo XIX algunas familias de Lima ya degustaban el famoso “Panetón de Milán” o el “Pan dulce a la genovesa”. En un aviso encontrado en el diario El Comercio se anunciaba el famoso Panetón Bonaspetti
F. Bonaspetti

Exquisito, para la Pascua y Año Nuevo, se vende en la Bodega de la Unión, Mercaderes 195, frente a la sombrerería Crevani.
 (El Comercio, diciembre 16, 1898)
Sin embargo, hay que aclarar que en el siglo XIX, no era una costumbre muy difundida entre la población, estos primeros panetones italianos fueron importados y vendidos en las bodegas para consumo de familias extranjeras.

Es recién en el siglo XX, Motta y D’Onofrio industrializaron la fabricación del panetón y su consumo se popularizó hasta nuestros días.

A partir del siglo XX, la navidad dejó de ser una fiesta religiosa y comenzó a transformarse en una fecha donde el consumismo y la “modernidad” ha desvirtuado su significado. Es bueno recordar, como fue la navidad en otras épocas, una fecha religiosa que conmemora la llegada del hijo de Dios a nuestro mundo. Ese es el verdadero significado de la navidad y la mejor manera de celebrarla es en un ambiente de amor, paz y unión. La vida es tan corta para mezquindades, rencores y vanidades. A todos mis amigos, una feliz navidad, gracias por leer y comentar mis notas. Les deseo lo mejor en estas fechas.


BIBLIOGRAFÍA
CORNEJO U., Edmundo y Jorge Falcón (editores). Navidad en la literatura peruana. Lima: Editorial Huascarán. 1948
HERNÁNDEZ GARCÍA, Elizabeth. “Una Navidad sandunguera: la Nochebuena limeña en el siglo XIX”.http://www.dircom.udep.edu.pe/boletin/arts/art1905.html
OLIVAS, Rosario. La cocina cotidiana y festiva de los limeños en el siglo XIX. Lima: USMP. 1999
PAREDES LAOS, Jorge. "Feria en la plaza". La Navidad en el siglo XIX.
http://elcomercio.pe/impresa/notas/feria-plaza/20101219/686256
SESÉ ALEGRE, José María. Ensayos: vida cotidiana, sociedad, religión. Piura: Universidad de Piura. Facultad de Ciencias y Humanidades, Departamento de Humanidades. 2004

Historia de Navidad por Alonso Cueto


Una historia de Navidad


Domingo, 23 de diciembre de 2012 | 4:30 h

Estamos en Nueva York, en 1972. Un hombre sorprende a un chico robando en una tienda. Se da cuenta de que es un pobre muchacho perdido y nervioso. Lo ahuyenta del lugar. El pequeño ladrón sale corriendo pero en el camino deja atrás su cartera. El hombre descubre que se llama Robert Goodwin. En la cartera está la foto del ladronzuelo con una mujer mayor, que puede ser su madre o su abuela. Pasa un tiempo.
Llega el día de Navidad. El hombre aún conserva la billetera del ladrón y decide ir a la dirección que está escrita allí, para devolverla. Su decisión le parece algo peligrosa, absurda y quizá dictada por una sensación de lástima. En realidad, está dictada también por el tedio. El día de Navidad no tiene con quién estar. Su jefe se ha ido a Florida y no conoce a nadie en la ciudad. A falta de otra cosa que hacer, va a la dirección que ha encontrado, para devolver la cartera al ladrón.  
Cuando llega, una mujer le abre la puerta. Es una mujer mayor, ciega, que se muestra muy emocionada. ¿Eres tú, Robert?, le dice muy feliz. Sabía que vendrías, sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad. El hombre está desconcertado pero por alguna razón que no comprende, decide seguir el juego.
Después de un rato contesta: Soy yo, abuela Ethel. Es obvio que la anciana sabe que él no es Robert. Sin embargo, ella juega a creerlo, como él juega a representar al nieto. El hombre sale, compra algo de comer y de beber. Él y la abuela Ethel pasan la Navidad juntos. Él le dice que ha conseguido un trabajo, que se va a casar. El juego de representaciones continúa; ambos son felices. De pronto él va al baño y allí encuentra seis o siete cámaras. Deduce que son parte del botín que el nieto ladrón ha dejado allí, para ocultarlas a la policía. Entonces, sin saber por qué, toma una de las cámaras. Al salir del baño, encuentra a la abuela dormida. Luego lava los platos y sale del apartamento. Tres o cuatro meses después, vuelve al lugar pensando en devolver la cámara. Pero la señora ya no está.Otras personas viven allí y nadie sabe de ella. Piensa que la mujer probablemente ha muerto.   
Auggie Wren, el protagonista de esta historia, se la está contando a Paul Auster. Este le dice que hizo una buena obra con la abuela Ethel. Le mintió y le robó, pero la hizo feliz. Y no permitió que pasara su última Navidad sola.
Este cuento de Navidad, que escribió Paul Auster y que le debo a mi amigo Alberto Durant, es una historia hermosa, absurda, contradictoria, llena de sentimientos altruistas y de pequeñas mezquindades. Sus protagonistas son muy distintos pero comparten su enorme soledad.
Al inicio del cuento, Auggie le ha mostrado al narrador cuatro mil fotos. Todas parecen iguales; representan la misma escena urbana. Sin embargo, al verlas con más detenimiento, el narrador descubre nuevos ángulos de luz, cambios en las estaciones del año. Son fotos del mismo lugar a lo largo de las semanas y meses. Se da cuenta de que Auggie ha estado fotografiando el tiempo, “el tiempo natural y el tiempo humano”. Auggie cita a Shakespeare: “Mañana, mañana y mañana– murmuró entre dientes–. El tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos”.

Alonso Cueto Caballero (Lima, 1954) Estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), de la que se graduó en 1977. Viajó entonces a España becado por el Instituto de Cultura Hispánica para investigar la obra de Luis Cernuda. En 1979 ingresó en la Universidad de Texas, donde obtuvo un doctorado en 1984 con una tesis sobre Juan Carlos Onetti.
Cueto es uno de los narradores peruanos más fecundos no sólo por la natural frecuencia de sus cuentos y novelas, sino porque ha convertido a la clase media limeña en un espacio de exploración fluido y pasional.
Entre sus obras, clasificada dentro de la corriente realista peruana, destacan La hora azul, que ganó el Premio Herralde, y El susurro de la mujer ballena, del Planeta-Casa de América.
Ha ejercido también el periodismo, colaborando en diversos medios, y la docencia universitaria. Ha sido editor de Debate (1985) y de la sección de suplementos del diario El Comercio (1995), así como profesor de cursos de su especialidad en la PUCP (desde 1988, en forma intermitente), y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (desde el 2000).
En 2009 fue elegido miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua